Fulminante cerilla varada en la colina plana de un pañuelo del siglo XV. Coroneles con escafandra persiguiendo a corsarios en ala delta mientras los mercados financieros hacen crack y todos saltan de las Torres Gemelas. Mausoleos de la ironía religiosa cuando la nueva cruzada nos lleva a las mismas tumbas con pretextos ecológicos. Hay un punto individual que no se distingue en el horizonte. Revoltosos anónimos con gafas de sol que tapan más los ojos que los senos operados. Vídeos musicales al ritmo de cuerpos que se sacuden pidiendo lo mismo: fóllame, fóllame. Y escritores clavados en bosques húmedos – oh, repetición – de un trópico gringo comprado hace años con dólares anti-socialistas. Musas hispánicas revolcándose entre jamones mientras tetas saben a tortilla de patatas (enhorabuena, Javier, por el Oscar). Amigas misteriosas que se enamoran de poetas cinematográficos que no saben dirigir un guión. Hijos e hipotecas de una generación que da vueltas al centro comercial - para acabar entrando, sin convicción y con culpa. Arbolitos en los parques y putas dominicanas y kurdas en los jardines. Decoración navideña en este otoño.
Cesárea Tinarejo
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