domingo, 1 de diciembre de 2013

Quiero ser actor


Exposición fotográfica “No todo lo que veo, es lo que soy”
de Alejandro Mazariegos

El casting fotográfico del multifacético Alejandro Mazariegos impregnó de insensibilidad un paseo traumático en la atascada sala de Canthil 4 donde, como es usual, la fiesta cumpleañera de Efraín Ascensio multiplicó los brindis y aceleró el pulso fraternal de los asistentes.

Los autorretratos ordenados en estratos históricos presentan ciertas evoluciones claramente visibles de las artimañas actorales y de las virtudes técnicas. Al fondo, siempre al fondo, la representación de uno mismo en un escenario, oblongo o rectangular, en blanco y negro o color, que habla poco del sujeto en sí.

¿Qué sabemos del autor después de esa representación aleatoria de yoes en estado difuso? Quizás un gusto por el disfraz, la máscara y la mirada. Nuestra mirada. La ficción copiada de una realidad que no encaja en ningún hilo argumentativo ni tan siquiera narrativo. Dirían unos que una pistola no sustituye una intencionalidad ni que su violencia simbólica quede desvirgada en manos de la repetición. O sea, anécdotas ficticias en búsqueda de sentido. Lo que no significa sinsentido, claro está.

Por ejemplo, bien podría otro crítico decir algo como: “El retrato como espejo de los anhelos que se acumulan en las estanterías del tiempo y nos acompañan como imprescindible arquitectura de nuestro Ego.”

Yo, en cambio, parafrasearía la simpática frase del Gimnasio de Arte, “la cámara no hace al fotógrafo” con una sencilla “el auto-retrato no siempre retrata”.  

Horacio Oliveira

San Cristóbal de Las Casas, 1 de diciembre de 2013

XII Tragameluz y “La Colectiva”



La exposición colectiva de fotógrafos alrededor de la doceava edición del Festival Tragameluz vale como metáfora para sintetizar una edición que, además de ahorrar muchas otras posibles críticas, bien pudiera invitar a una regeneración desde esa mirada del extrañamiento.

Hay cierta brutalidad, para empezar, en la metodología de la curadoría de La Colectiva: “Ven y cuelga tu foto” se convierte en el referente de la autogestión igualitaria donde la mediocridad se ampara en la absoluta indiferencia por la experiencia del espectador. Al cabo, el objetivo parece ser celebrar un año más de ese círculo de amistad mediante la organización de brindis de espalda al resto de la sociedad. Y, como dice el refranero del trepador: “quien se mueva no sale en la foto”.

No obstante, el actual Tragameluz tiene brillos interesantes. Hay caras nuevas apasionadas con su carrera fotográfica que necesitan dinamizar los espacios de encuentro y promoción de un arte que todavía malviven en las catacumbas de un pueblo que se moderniza desde el andador turístico. Esa renovada generación (¡gracias Gimnasio de Arte por convertirte, en sólo dos años, en el ágora de los pixeles!), quizá se dé cuenta que al actual Tragameluz le sobra el original “me”, conceptualmente muy creativo pero que ha derivado en una mirada ombliguil cada vez más disfuncional. Literalmente, al festival se lo traga la luz pequeña de quienes no son capaces de compartirla y, paradójicamente, salir de esa tiniebla endogámica. ¿Qué tal “Festival Tragaluz”? Un festival que nos invite a mirar hacia arriba, un lugar que nos ilumine, nos haga crecer y, por lo tanto, ser mejores. Mejores fotógrafos, mejores críticos, mejor arte, mejor comunicación con los demás.

Por lo tanto, La Colectiva se convirtió en un álbum cromático para asegurarse que las paredes reconocían los nombres de todos los que son. Una fotografía, incluso con sus mil palabras implícitas, da poco en una sinfonía donde la caja acústica no es una estenopeica sino el tintineo de las copas del bar. El “ahí está mi foto” es como un certificado de supervivencia improvisado en el último sonido y sin nadie a cargo de la partitura. A penas, las pocas series, dieron un poco de conversación en los corrillos de fieles amigos asistentes progresivamente alcoholizados.

Digamos algo, por aquello de contentar a quienes se siguen afanando en la utopía del arte local, de algunos de los participantes. Disculpas anticipadas si sólo menciono algunos y, sobre todo, aquellos que laten más en la epidermis de la costumbre. Las ausencias no dicen nada más que eso: nada.

Empecemos por los caballos rebeldes de Fabián Ontiberos que hasta él mismo sabe que son los últimos. En ese cabalgar de una época que no regresará hay que bucear en nuevos charcos expresivos pues el filón se agota. Eso sí, se han quedado los caracoles. José Ángel Rodríguez mantiene un clasicismo elegante y puro que repite un tema secular, tan nuestro, tan próximo y, al mismo tiempo, tan desconocido que cada vez es más difícil apartar del pintoresquismo antropológico. Mi querido Leonardo Toledo – disculpas por mi inasistencia a tu exhibición en esa nueva versión de Inauguración y Clausura en un día, o en unas horas, como la exhibición de la audaz Brenda Obregón; la cual me agarró encorsetado en mi propia y obsesiva agenda - sigue dejándome esa sensación de ser un artista conceptual aprisionado en la tecnología fotográfica. La fuerza de la concepción queda escondida en la debilidad de la ejecución pero yo aprecio esas sutiles invitaciones, más allá de los convencionalismos, a provocar discursos-discusiones. Y añadiría: “a pesar de la luz”. La inquietud del Dr. Tellovsky parece confirmar que necesita sacar su Mr. Hidisky, para liberarse de esas cadenas de la aprobación externa. Estoy de acuerdo en que sus imágenes caleidoscópicas “tienen algo” más que la decepción del que no se encuentra una mirada de frente al final de la composición. Y, claro, me refiero a una mirada abierta, no literalmente abierta. Astrid Rogriguez, la cometa refulgente, sigue dándole la espalda al tema y mantiene las máscaras distractoras: una foto dentro de una foto, pero tengo curiosidad por saber hacia adónde camina esa imagen de escaparate. El premio a “La fotografía más profesional” se la lleva Luís Enrique Aguilar quien ya no puede ocultar su vivir en la fotografía y destaca con furiosa urgencia. ¿Qué decir de Cecilia Monroy? que juguetea con la bucólica danza subacuática que se distrae, con preciosismo, de la imperiosa necesidad de salir a flote y ponerse a trabajar. Y, finalmente, hubo la sorpresa del espontáneo, aquel que en la periferia del círculo íntimo recordó su ser fotógrafo y regresó a su ex-barra con más intencionalidad y honestidad que el resto, Favricio Huerta. Quien mezcló con soltura la provocación de un desnudo demasiado desnudo con un auto-retrato demasiado auto-retrato. Hay quienes se acercaron al arte por ósmosis y pudieran aprovecharlo mejor que quienes lo visten por costumbre.

Lo mejor de que ayer terminara el XII Tragameluz son las preguntas-estela que deja a su paso. ¿Hemos agotado este formato de festival? ¿Vale la pena reinventarlo, abrirlo, madurarlo?

Horacio Oliveira

San Cristóbal de Las Casas, 1 de diciembre de 2013

miércoles, 20 de febrero de 2013

Íncipit | Libertades S.A. de C.V. | Efraín Ascencio

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Paradójicamente un fresco y refrescante Efraín titula su último trabajo como “inicio”, como si refreír lo viejo en una nueva presentación conceptual renovara ese aire libertario y accionarial con el que subtitula la colección de dos decenas de obras por dos.

Y ahí está la clave de esta dual propuesta. La duplicación. Si los tamaños importan quiere decir que hay un sujeto y un verbo en cada marco-oración que conforma, en su conjunto, más que sermón, un verso obstinado y feminista.

Nuestro persistente cronista sigue con la tradición de andar con la cámara colgada y mirar. Como si la moderna corriente expresionista no fuera tanto con él y los experimentos, en casa, pero con las imágenes de la calle. Esa rara avis de andar de cacería, como vil voyeur social entre insaciable y lúbrico pero siempre con esa curiosa búsqueda de lo inaudito, lo imprevisto y, desde luego, lo execrable. Entre muchas capturas categóricas que el contador de su visor tiene registradas.

El Henri-Cartier Bresson coleto juega con los juegos. Para ello, ¿qué mejor que usar la técnica del caleidoscopio binario? Los paralelismos con los antagonismos con los sugestionismos. Corta y pega.

Pero no hay gato viejo al que no se le reconozca por la pelambre de marcos desechados y re-enmarcados. Efraín está armando un sólidísimo (sí, con dos acentos) discurso fotográfico con ese paso de artesano silencioso, apasionado y, sobre todo, constante.

Eso sí, no busquen en esta crítica las claves esenciales de esa exploración pues apenas tengo una lista de pistas. Como buen detective visual amateur, las comparto para aquellos más despistados o, sencillamente, adictos sólo a los canapés de las presentaciones.

Qué bueno que Efraín se está dando ciertas libertades. Ojalá y pronto se desacompleje ese niño creativo dando rienda suelta a todo lo que siente, porque no hay Lolitas más monstruosas que las suyas. Cuando se trata de mujeres, la voracidad de su pupila se dilata regalándonos Doñas, Princesas, Rarezas, Exquisitas y Extravagantes. Hay, ciertamente, un ruido que, por obvio, empaña o despista a los que no llevan la lupa consigo a las exposiciones: Los convecionalismos de la moda y el discurso del tráfico material del cuerpo, los escaparates que nos separan de la realidad.

Para mí, hay un criminal escondido detrás de cada clic. Un inocente culposo que nos quiere decir algo prohibido. Como si no pudiera verbalizar algo que se perdió en un paraíso enterrado y escondiera la incomodidad de saberse delatado cuando el placer le guiña un encuadre.

En la fotografía (no así en la vida) no hay víctimas. Los asesinos suelen seguirles el juego a los que desean victimizarse. A cambio, queda la instantánea para ser bien saboreada en público – y, más tarde, en privado.

Horacio Oliveira | 19 de febrero de 2013

martes, 11 de diciembre de 2012

El viatge d'Ulises



Los 15' y poco más segundos de fama que estrenan la cinematografía de la "década prodigiosa". Precisamente en un momento donde el romanticismo está de rebajas y el guión hiere a un corazón aterrizando en la pista de la realidad. (Hay una versión traducida al español en YouTube pero dejen que el catalanismo resuene con el tzeltal...)

domingo, 26 de agosto de 2012

Limbo


Limbo
Javier Payeras

Me pongo Everything in its right place del album Kid A de Radiohead para conectarme con ese fluir musical de los textos, como prueba de calidad Cortaziana; para escribir de Javier, un insecto chapín que recorre los basurales de una capital del tercer mundo en donde, a pesar de toda la publicidad feliz, nunca llega la eterna primavera.

Tengo a mano mis notas y me acompaña el ronroneo de un equipo de aire acondicionado que traduce el sofoco exterior en ansiedad acústica. Algo muy parecido a lo que es el Limbo (Magna Terra, 2011) de Javier. 

Si Gregorio Samsa despertara en Ciudad de Guatemala como cucaracha, lo que menos desearía sería volver a su condición humana. Javier invierte la motivación de aquel viaje, reivindica desde un inicio su inhumana metamorfosis y sale a caminar. A ver qué pasa.

Hoy hay elecciones presidenciales donde lo que menos importa es el rostro del ganador. Su novia simbólica (.1) le anuncia que está embarazada. No sabemos si de él. Su familia no quiere saber nada de bichos raros. Javier quiere ser escritor pero cobra como publicista. Toma notas en su bloc de notas. Vive en una pocilga de libros y está solo. Infinitamente solo y fastidiado. Pueblerino de cualquier capital del Tercer Mundo, ejercita el soliloquio absurdo como terapia ante la locura.

La obrita es un ejercicio postergado, madurada en el sufrimiento impotente de quien hace flexiones literarias para muscular la retórica. La desigual estructura descansa en paz, al fin, como obra concluida y publicada. Javier puede expiar su culpa y seguir con otra cosa.

En ese lugar ambiguo, incierto e impasible que es el limbo; no se anhela el cielo, no se tiene memoria del infierno y, por lo tanto; uno llega involuntariamente y acaba convirtiéndose en poesía.

La novela poética es quizá el único género que puede contener la experiencia irracional de querer estar vivo en una cultura subdesarrollada. 

La mística literaria me obliga a concluir con un paralelismo. El mismo Cortázar que aparece entrevistado en blanco y negro en Limbo quemó alguna de sus novelas. Kafka hubiera hecho lo mismo con todas sin temblarle el pulso. Pareciera que el sentido último (y no tan común) no es la conclusión textual…

Horacio Oliveira
Managua, 26 de agosto de 2012

sábado, 18 de agosto de 2012

"Todo está bien"


Dice que está bien. Tú dices que estás bien y piensas que ella debe estar realmente bien y que tú estás realmente bien. Su mirada es bellísima, como si viera por primera vez las escenas que deseó toda su vida. Después llega el aliento a podrido, los ojos huecos aunque ella diga (mientras tú permaneces callado, como en una película muda) que el infierno no puede ser el mundo donde vive. ¡Corten este texto de mierda!, grita. El caleidoscopio adopta la apariencia de la soledad. Crac, hace tu corazón.

Prosa de otoño en Gerona, Roberto Bolaño, Acantilado, 2000.


“Eres un buen hombre. Un idiota, y previsible tipo, de buenos sentimientos. Con sensibilidad de supermercado y portada periodística. Barnizado de una erudición venida a más por sortilegio autobiográfico. Aunque tus esfuerzos son conmovedores, no estás tocado con la varita de la genialidad: la que convierte a un hombre en un espejismo de ilusión. Contigo, el amor placentero, la confianza en la cocina, la alegría dominical, los seguros de vida y las representaciones teatrales de los hijos. La sencillez necesaria para esa mitad que también soy. Me reservo el reverso: el fuego apasionado, la voracidad con sus secretos, la inestabilidad de una mirada y el orgasmo furtivo. Ya sabes, es lo que hay, honey. Todo está bien.”

Crac, hace mi corazón.


Quimero

Todo va a salir bien

“Todo va a salir bien”. Los dos se despidieron con esa sentencia. Y salió mal.

Hoy estoy enojado con el optimismo, con las recetas empresariales de las sonrisas automáticas. Pero me resisto a dejarme arrastrar por el oscurantismo de la negación a pesar de que sus síntomas están aquí: la dificultad para abandonar la cama, la difícil y compleja tarea de organizar un fin de semana para distraer la ansiedad y el desasosiego.

Ayer le escribía a una ocurrente conocida: “… sigo encerrado en el misterio de mis diarios y la antidiluviana estilográfica. Me gusta mancharme los dedos.” ¿Por qué pasar de ese extremo hacia la morbosa exhibición de reflexiones y emociones?

Por eso mismo, porque todo va a salir bien.

Quimero

martes, 10 de julio de 2012

miércoles, 27 de junio de 2012

g4 (y cae la dama)



Para Donato

A todas luces, Horacio Oliveira es
el crítico
más aunque (que) en cuestiones
de mujeres
y palabras
Cesárea Tinarejo
es la que habla

La poesía no le vendrá mal
a un breve novela
disfrazada con versos
y esa nada sutil impostura
de no decir nada por su nombre
y esconderse en el sexo

Aún no me cuadran las rimas
si de posturas
y excesos se trata
serán siete o diecisiete
¿las sílabas?

Se atraganta tanta épica
repetida
en un mismo orgasmo

Mal aprendemos a contar los hombres
cuando de placer
(ahora sí)
se trata


Cesárea Tinarejo

viernes, 22 de junio de 2012

Café chueco



La distancia, suspiro de kilómetros y espacio sin relleno
aumenta el mutismo, el extrañamiento
de los soliloquios de un espejo
sin afeitar

Nada nuevo hasta que una fotografía
que cuenta los días del calendario
habla de los desperfectos de la soledad

No es el silencio
tu paz sólo necesita saberme ahí
mi inquietud hurgar en la tuya

Así que
sorbo el café de la mañana
y escribo

“Tu ausencia, irreparablemente,
es el dolor de sentirme vivo”.


Cesárea Tinarejo