Exuberante. Un ejercicio de creación intelectual con pretensiones de decir. De denunciar. La estructura de este documental, además de inteligente e impactante, utiliza una técnica narrativa demoledora: los victimarios se convierten en narradores impasibles, cínicos, de la historia. Las protagonistas brillan por su presencia, pero son invisibles. Son todas aquellas mujeres engañadas y explotadas laboralmente en cualquier rincón del mundo. La Alemania democrática y europea de fondo puede ser un trasunto de tantos lugares.
Un funcionario de aduana. Una pensionada en un barrio convencional. El gerente de un burdel. La diplomática. El taxista. Todos ellos, macabros personajes que vemos desenvolverse en la naturalidad de su cotidianidad. Las miserias convencionales de todos nosotros. La voz de ellas en su boca. “Me dijeron que no podía trabajar en otra cosa. Mi visa sólo me permitía trabajar como bailarina”. Historias escalofriantes oídas desde la disonancia. La imaginación tiene que ponerse a trabajar: hay que reordenar en nuestra mente lo que vemos, lo que oímos. Responder esas preguntas iniciales: “¿Quién habla?”, “¿Qué coño está diciendo?”.
Fatigados por el esfuerzo, por el aburrimiento, algunos espectadores se rinden. Salen. Los ojos de los protagonistas se parecen mucho a los nuestros. El cinismo y la hipocresía nos apuntan con insistencia pausada. Lo suficientemente pausada como para incomodarnos.
Con suficiencia y un ambiente opresivo y amenazador, se logra comprender la tragedia de los sueños robados, en esta película donde hay esclavas y nosotros miramos, hablamos, como privilegiados inventando justificaciones para nuestra indiferencia – en el mejor de los casos.
Horacio Oliveira
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