Limbo
Javier Payeras
Me pongo Everything in its right place del album Kid A de Radiohead para
conectarme con ese fluir musical de los textos, como prueba de calidad
Cortaziana; para escribir de Javier, un insecto chapín que recorre los
basurales de una capital del tercer mundo en donde, a pesar de toda la
publicidad feliz, nunca llega la eterna primavera.
Tengo a mano mis notas y me acompaña el
ronroneo de un equipo de aire acondicionado que traduce el sofoco exterior en
ansiedad acústica. Algo muy parecido a lo que es el Limbo (Magna Terra, 2011) de Javier.
Si Gregorio Samsa despertara en Ciudad
de Guatemala como cucaracha, lo que menos desearía sería volver a su condición
humana. Javier invierte la motivación de aquel viaje, reivindica desde un
inicio su inhumana metamorfosis y sale a caminar. A ver qué pasa.
Hoy hay elecciones presidenciales donde
lo que menos importa es el rostro del ganador. Su novia simbólica (.1) le
anuncia que está embarazada. No sabemos si de él. Su familia no quiere saber
nada de bichos raros. Javier quiere ser escritor pero cobra como publicista.
Toma notas en su bloc de notas. Vive en una pocilga de libros y está solo.
Infinitamente solo y fastidiado. Pueblerino de cualquier capital del Tercer
Mundo, ejercita el soliloquio absurdo como terapia ante la locura.
La obrita es un ejercicio postergado,
madurada en el sufrimiento impotente de quien hace flexiones literarias para
muscular la retórica. La desigual estructura descansa en paz, al fin, como obra
concluida y publicada. Javier puede expiar su culpa y seguir con otra cosa.
En ese lugar ambiguo, incierto e
impasible que es el limbo; no se anhela el cielo, no se tiene memoria del
infierno y, por lo tanto; uno llega involuntariamente y acaba convirtiéndose en
poesía.
La novela poética es quizá el único
género que puede contener la experiencia irracional de querer estar vivo en una
cultura subdesarrollada.
La mística literaria me obliga a
concluir con un paralelismo. El mismo Cortázar que aparece entrevistado en
blanco y negro en Limbo quemó alguna de sus novelas. Kafka hubiera hecho lo
mismo con todas sin temblarle el pulso. Pareciera que el sentido último (y no tan común) no es
la conclusión textual…
Horacio Oliveira
Managua, 26 de agosto de 2012