domingo, 1 de diciembre de 2013

XII Tragameluz y “La Colectiva”



La exposición colectiva de fotógrafos alrededor de la doceava edición del Festival Tragameluz vale como metáfora para sintetizar una edición que, además de ahorrar muchas otras posibles críticas, bien pudiera invitar a una regeneración desde esa mirada del extrañamiento.

Hay cierta brutalidad, para empezar, en la metodología de la curadoría de La Colectiva: “Ven y cuelga tu foto” se convierte en el referente de la autogestión igualitaria donde la mediocridad se ampara en la absoluta indiferencia por la experiencia del espectador. Al cabo, el objetivo parece ser celebrar un año más de ese círculo de amistad mediante la organización de brindis de espalda al resto de la sociedad. Y, como dice el refranero del trepador: “quien se mueva no sale en la foto”.

No obstante, el actual Tragameluz tiene brillos interesantes. Hay caras nuevas apasionadas con su carrera fotográfica que necesitan dinamizar los espacios de encuentro y promoción de un arte que todavía malviven en las catacumbas de un pueblo que se moderniza desde el andador turístico. Esa renovada generación (¡gracias Gimnasio de Arte por convertirte, en sólo dos años, en el ágora de los pixeles!), quizá se dé cuenta que al actual Tragameluz le sobra el original “me”, conceptualmente muy creativo pero que ha derivado en una mirada ombliguil cada vez más disfuncional. Literalmente, al festival se lo traga la luz pequeña de quienes no son capaces de compartirla y, paradójicamente, salir de esa tiniebla endogámica. ¿Qué tal “Festival Tragaluz”? Un festival que nos invite a mirar hacia arriba, un lugar que nos ilumine, nos haga crecer y, por lo tanto, ser mejores. Mejores fotógrafos, mejores críticos, mejor arte, mejor comunicación con los demás.

Por lo tanto, La Colectiva se convirtió en un álbum cromático para asegurarse que las paredes reconocían los nombres de todos los que son. Una fotografía, incluso con sus mil palabras implícitas, da poco en una sinfonía donde la caja acústica no es una estenopeica sino el tintineo de las copas del bar. El “ahí está mi foto” es como un certificado de supervivencia improvisado en el último sonido y sin nadie a cargo de la partitura. A penas, las pocas series, dieron un poco de conversación en los corrillos de fieles amigos asistentes progresivamente alcoholizados.

Digamos algo, por aquello de contentar a quienes se siguen afanando en la utopía del arte local, de algunos de los participantes. Disculpas anticipadas si sólo menciono algunos y, sobre todo, aquellos que laten más en la epidermis de la costumbre. Las ausencias no dicen nada más que eso: nada.

Empecemos por los caballos rebeldes de Fabián Ontiberos que hasta él mismo sabe que son los últimos. En ese cabalgar de una época que no regresará hay que bucear en nuevos charcos expresivos pues el filón se agota. Eso sí, se han quedado los caracoles. José Ángel Rodríguez mantiene un clasicismo elegante y puro que repite un tema secular, tan nuestro, tan próximo y, al mismo tiempo, tan desconocido que cada vez es más difícil apartar del pintoresquismo antropológico. Mi querido Leonardo Toledo – disculpas por mi inasistencia a tu exhibición en esa nueva versión de Inauguración y Clausura en un día, o en unas horas, como la exhibición de la audaz Brenda Obregón; la cual me agarró encorsetado en mi propia y obsesiva agenda - sigue dejándome esa sensación de ser un artista conceptual aprisionado en la tecnología fotográfica. La fuerza de la concepción queda escondida en la debilidad de la ejecución pero yo aprecio esas sutiles invitaciones, más allá de los convencionalismos, a provocar discursos-discusiones. Y añadiría: “a pesar de la luz”. La inquietud del Dr. Tellovsky parece confirmar que necesita sacar su Mr. Hidisky, para liberarse de esas cadenas de la aprobación externa. Estoy de acuerdo en que sus imágenes caleidoscópicas “tienen algo” más que la decepción del que no se encuentra una mirada de frente al final de la composición. Y, claro, me refiero a una mirada abierta, no literalmente abierta. Astrid Rogriguez, la cometa refulgente, sigue dándole la espalda al tema y mantiene las máscaras distractoras: una foto dentro de una foto, pero tengo curiosidad por saber hacia adónde camina esa imagen de escaparate. El premio a “La fotografía más profesional” se la lleva Luís Enrique Aguilar quien ya no puede ocultar su vivir en la fotografía y destaca con furiosa urgencia. ¿Qué decir de Cecilia Monroy? que juguetea con la bucólica danza subacuática que se distrae, con preciosismo, de la imperiosa necesidad de salir a flote y ponerse a trabajar. Y, finalmente, hubo la sorpresa del espontáneo, aquel que en la periferia del círculo íntimo recordó su ser fotógrafo y regresó a su ex-barra con más intencionalidad y honestidad que el resto, Favricio Huerta. Quien mezcló con soltura la provocación de un desnudo demasiado desnudo con un auto-retrato demasiado auto-retrato. Hay quienes se acercaron al arte por ósmosis y pudieran aprovecharlo mejor que quienes lo visten por costumbre.

Lo mejor de que ayer terminara el XII Tragameluz son las preguntas-estela que deja a su paso. ¿Hemos agotado este formato de festival? ¿Vale la pena reinventarlo, abrirlo, madurarlo?

Horacio Oliveira

San Cristóbal de Las Casas, 1 de diciembre de 2013

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