Van cuatro meses líquidos, cinco con
las vacaciones. El velocímetro estima que voy a 40 días por mes. Demasiado
lento para calmar la ansiedad. Claro, como el agua entre los dedos, como el
agua desbordándose, como la presencia de lo intangible en un cronómetro.
Totalmente rápido para desembarazarme de la nostalgia. Tomo cursos acuáticos
con Gorostiza donde aprendo la esencia: “qué agua tan agua”.
Yo sigo nadando en círculos hundiéndome
hasta donde el aire me alcanza. Sin tocar ningún fondo pero fotografiándolo.
Después cuelgo en una pared el movimiento y me río de él. Ahí, estático, es lo
más parecido a un orgasmo tántrico. Seco.
Así que cualquier ruta es sospechosa.
Lo que empezó como un chapoteo bien pudiera acabar en naufragio premeditado. Pero
siguen apareciendo lucecitas en el radar para deslucir mi aislamiento. Las
sirenas. Ahí estoy: cotizando en dólares.
O sea, que esta Muerte sin Fin, quizá no tenga ni tan siquiera eso, un poema
memorable.
Cesárea Tinarejo
No hay comentarios:
Publicar un comentario