lunes, 7 de mayo de 2012

Vida líquida




Van cuatro meses líquidos, cinco con las vacaciones. El velocímetro estima que voy a 40 días por mes. Demasiado lento para calmar la ansiedad. Claro, como el agua entre los dedos, como el agua desbordándose, como la presencia de lo intangible en un cronómetro. Totalmente rápido para desembarazarme de la nostalgia. Tomo cursos acuáticos con Gorostiza donde aprendo la esencia: “qué agua tan agua”.

Yo sigo nadando en círculos hundiéndome hasta donde el aire me alcanza. Sin tocar ningún fondo pero fotografiándolo. Después cuelgo en una pared el movimiento y me río de él. Ahí, estático, es lo más parecido a un orgasmo tántrico. Seco.

Así que cualquier ruta es sospechosa. Lo que empezó como un chapoteo bien pudiera acabar en naufragio premeditado. Pero siguen apareciendo lucecitas en el radar para deslucir mi aislamiento. Las sirenas. Ahí estoy: cotizando en dólares.

O sea, que esta Muerte sin Fin, quizá no tenga ni tan siquiera eso, un poema memorable.

Cesárea Tinarejo

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