“Ahí están todas las pistas”. El
barbudo no hace caso de las voces y se concentra en el tambor brasileiro. Tum,
tum… Vence el viejito altísimo con la esbeltez de la memoria y se sienta en una
banca de madera. Estamos en el Sur y los serruchos cortan días simétricos de
calor e infancia. “Ese niño eres tú”. La fascinación por el abuelo, mago de
chascarrillos, “Danza vosé”. Bajo un naranjo del que exprime un ácido jugo de
limón sin muecas. “Historias”. Y me veo ahí. Escuchando. El papá de mi papá me
explica esa primera narración, ese cuento fundacional. “La única historia verdadera
a partir de entonces…” Y el protagonista es nuestro anti-héroe, el villano que
no queremos ser. “Siéndolo”. Con el corazón abierto de Literatura mamo las
primeras palabras que hablan de otros niños. Y con ellas hago un pacto con el mío.
Desde entonces
siempre veo el mismo espejo
un reflejo
donde, apenas
aparece invertido
todo lo que es real
(Ajajá)
“Las adicciones”. Habla de esos cuentos
sin título que se repiten todas las noches. Los que sólo desaparecen en reacciones
desbocadas que en su movimiento encuentran el espejismo del camino.
Y sería tan sencillo. Como hacer un
pisto extremeño.
Cesárea Tinarejo
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