miércoles, 23 de julio de 2008

Matrimonio y Mortaja (bis)


“…bien pensado, bien concebido, bien hecho con ese material tan frágil y tan tenue que corre el riesgo de pasar por lo que aparenta ser y es y no es: un juego”

Augusto Monterroso
“Pájaros de Hispanoamérica”

Dedicado a Claudia Huerta, la musa inspiradora

¿Qué tipo de crítica le gustaría a Leo? Especulo: cualquier combinación de palabras mientas no insulten su inteligencia. Y en esa debilidad genética arranca esta crítica. Pues el estructurado montaje no deja más que para el meticuloso y compartimentado análisis de las piezas.

Hay un todo-discurso, sí, pues la obra real y la ficción escrita se entrelazan para golpear: golpes de efecto experimentales en una ensalada bien diseñada, digerible y nutritiva. Gracias. PERO. ¿Qué hay de él? ¿Dónde rastrear el alma autocrítica y tímida que manosea su propia inteligencia sin mostrar la esencia? Faltó el tacto, el rastro imperfecto y verdadero, sin subterfugios, del autor. Nos quedamos con el autor-didacta-mago. Sí, pero magia tramposa y llamativa.

La poesía. Ella sonó como una llama adivinatoria: adentro de las imágenes, llevándonos a todos a la cama, se presentan las letras vestidas de intención. Un montaje infiel escondido bajo las sábanas. En el murmullo de voces sin rostro, dormidas, se oye mejor la timidez asustada de Leonardo. Los mejores trazos de emoción auténtica.

“Bien, bien, muy bien” le comentaré luego a Eduardo Torres – mientras él aplaude la ingeniosidad de las piezas con sincero entusiasmo. Después, incluso, me comentará las derivaciones analíticas de la exhibición fruto del estimulo recibido – “pero no lo siento”.

Descartes se metió en la cama y las matemáticas hicieron el amor al verso. Un poema incestuoso y acusador: manualidades tecno-estéticas sin corazón.

Falta, pues, un rojo globo, el catorce, anunciando: “Lo mató el temor a dejarse ver”.

Eso sí – postdata – no hay nadie con un humor tan intenso en el valle. La socarronería inteligente del “séptimo ángel” de Jovel hace disfrutable cada guiño. Él se ríe más, claro. (¿O estoy adulando su inteligencia?)

Horacio Oliveira

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