El dinero no aparece ni en Don Quijote ni en Moby Dick ni en las latas de chocolates. Pienso si la palabra “impuestos” debe aparecer en un poema. Transfiero fondos a Alemania a la cuenta de un banco de divisas mexicano bajo las sospechas de mi testaferro catalán. La culpa como reflejo para sentir algo de aceptación. Cocino unas acelgas. Sati necesita de alguien que la saque a pasear y la alimente. Sigo pensando el título de un libro. Apología del suicido en los albores del final. Lágrimas en la sobremesa. El círculo doméstico estrechándose al radio de mis caminatas antes que me duela otra vez la espalda. Cancelo la terapia vibracional en un brote de enojo. La insatisfacción es como un taco con tortillas de dos colores. Demasiado maíz, demasiado color. Los grises concéntricos al repasar las biografías disponibles. Las tonterías de siempre en mi diario. Las fugas alucinógenas para ponerme el disfraz de burbuja. Los reventones que salpican y hacen llorar. La memoria confundiendo los cristalitos. Facebook como antídoto para el mal de energía sin materia. Hermanos que no estampan ningún sello ni destinatario en sus correos. Caminatas en la madrugada que germinan inquietud entre las sábanas. Mi bonito estudio. Las plantas saciadas y ufanas. "Aliviánate". "Todo está bien". Sati soñando un sueño donde aparezco. Marzo, 2012. Tengo 42 años.
La luz atraviesa el zoom. Atrapo los cristalitos. Y miro. Ahí estoy.
Cesárea Tinarejo
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