“Mi vida cambió desde que mis manos empezaron a oler a cebolla”… Las garrapatas, escribo. Sigo las pistas de otro detective que investiga un accidente de cerdos en una autopista europea. ¿Amberes? “La conciencia de los límites es un calendario lleno de recetas”. Buenos días, lunes. Escribo en Facebook. ¿Cómo encuadrar una portería en las puertas de la selva? Los rastros están ahí. “Durmieron en el suelo”. La diferencia entre un paseo y un calvario puede ser eso: lodo. El polvo geométrico que se pega a la superficie de los días. Ellos lo dicen en silencio: el terror es una fuga del olvido. El inglés sigue caminando sin preguntar nada. “No había pistas hace dos meses”… Pienso en los mosquitos como constelaciones que me rasco cambiando el horóscopo de los vivos. El olor de la tortilla de patatas persigue un rastro de cebolla. En las manos. Escribo. Imagina lo siguiente: sesenta reses delante de un caballo blanco que vale, lo menos, 7,800 pesos; puentes que cuelgan de ríos fríos con olor a indígenas; caminos que desaparecen, aparecen y desaparecen hasta desquiciarte; el valor de un vaso de agua cuando la sed mide los pasos. Un zumbido más y cata clac el insomnio de una noche rodeado de monos aulladores. “Niños que no pueden hablar”… Y los huevos fritos con ajo. “Me gusta”…
Cesárea Tinarejo
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