Soñé que estaba en un congreso de algo con muchos colegas con iPhones. Perdía el mío y, angustiado, ingeniaba formas para recuperarlo. Acorralado por las almohadas buscaba una salida cuando la alarma encontró la solución. Ahí estaba. Aún con las legañas blandas y escuchando la llamada de Sati para salir a caminar checo los mensajes. “Estamos viendo cómo podemos traerte al equipo”. El sueño laboral cumplido me saca de la cama con la indiferencia de quien pierde el paraíso sabático. La cuenta atrás es más real que nunca y los poemas dejarán paso a los viajes y la precariedad a los planes decorativos. Aturdido, salgo al sol con mi perra para purificarme con el rito matutino de levantar mierda. No hay mejor ejercicio de humildad. Me resisto a hacer cábalas. Llevo nueve días sin escribir. Bukowski me enternece sin emocionarme. Mi lista de actividades – impulsividad en estado alucinatorio – se oxida con el salitre del valle. Un verso. Escribe un poema, hoy. Anónimamente alcoholizado de vacío, persigo la metodología redentora de los adictos a la anomía.
Tengo que elegir.
Cesárea Tinarejo
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