Salto de renglón y me pongo “Purple
Rain” en la versión de Urselle. La ensalada y los garbanzos con chorizo ya
están en la mesa. Y la fotografía de “Gastronomía de estar por casa” aguarda, como
yo, a la musa de todos los aderezos. Incluyendo al Jazz.
Los versos, cuando son teclas al piano
de una voz que canta algo suave a lo inimaginado. Ininteligible. Como el
golpeteo de unas botellas de vino anunciando que todo “hola” es un poema en
espera… Los poetas, decía.
Ejercitan los endecasílabos
Y el coro, con su “Knock, knocking on
heaven’s door”, insiste en las manchas de los manteles, en la repetición de las
frases, en las caricias que suceden a las siestas y en la hinchazón de una
tripa adicta a las palabras. Pataplás.
Estos cronopios son la caricatura de
cualquier mancha en el universo. Indimensionable en la oscuridad de su vacío.
Tan pesada como la indigestión de un garbanzo ahíto. Y cósmico.
“Corazón de neón”, sí, pero en ese
eructo de tarde cuando las luces compiten por tener la razón. Los párpados
solares filtran el color para despertar a los arlequines artificiales. Y…
¡vualá! La poesía cambia de turno.
Y aunque todos los temas hablan de lo
mismo, “Dont’ worry, be happy”, y todos los huevos fritos sean anónimos. No fui yo.
Cesárea Tinarejo
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