lunes, 27 de febrero de 2012

Yo, Sancho Panza


Como debe ser, con la panza llena: Cordero a la menta con habas saladitas papas al horno con romero doméstico y ensalada de lechuga y arúgula con semillas tostadas y vinagreta de mostaza. Moras con crema de vino dulce al tequila. Pan línea europea y vino mexicano. Ya con una cazuela de “Me gusta” en Facebook.


La sobremesa es otra historia. Cualquier mexicano es sospechoso de ser supersticioso. Hay que integrar la historia en este presente. Ahora. Las cacofonías de ombligos que bailan sin más velo que una sonrisa. El cachondeo de presumir a las primas platillos de un neo-macho latinoamericano. La renuncia explícita al intelectualismo delator. Cazador de azares con Sabina y Fito.


Sancho se desabotona la faja y se alivia de unos gases inquietos. “El orgullo, Sancho, es una palabra estrecha en nuestro diccionario”, le dice su compañero de andanzas. Aparece en el diccionario: 1. m. Arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia, que a veces es disimulable por nacer de causas nobles y virtuosas. ¿Y cómo asolar el territorio erudito con una acepción? 2. m. Aceptación, reconocimiento y auto-afirmación que ennoblece con humildad.


Ah, el orgullo. Dirán los Quijotes que añoran las cenizas de los libros de caballerías. El Libro del orden de caballería de Ramón Llull. Por ejemplo. Y los sanchos nos aplastamos sobre desiertos de cerámica y soles pintados del rojo-sangre. Tan latino. El sol de los olivos reflejado en una piel carismática y con arrugas. Arrugas que son cuentos orales vivos.


Hay días implacables.


Cesárea Tinarejo

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