El objetivo desenfoca el reflejo desdoblando el encuadre. No es de extrañar (Bolaño) que la estenopeica desconfíe de los caleidoscopios. El fotógrafo se esconde de provocar cualquier reflejo mientras se hace las preguntas pertinentes. ¿Son los sueños síntesis de la realidad? Abro la caverna y enciendo el fuego. Las brasas que dejaron los suicidas incendiarios voluntarios del olvido. Kamikazes literarios que hunden un texto tras otro texto inscribiendo su nombre deleble en cualquier lista ominosa. A cada clic-imagen una palabra-texto. La dialéctica de los acertijos cotidianos que se aparecen por la luz o por las páginas. Hay que levantarse con un pie puesto en la investigación diaria. La realidad es intratable. De eso sabe mucho nuestro fotógrafo. Ahí sigue, peleándose con los ángulos de una composición tan doméstica como indomesticable. Sigue las pistas y no olvides que no se trata tan sólo de intuición. Somos los detectives los que construimos escenas del crimen que nunca existieron. Y, sin embargo, hay culpables, asesinos reconocidos.
Siempre hay indicios: El desagüe por donde tiramos el tiempo es una brújula sin polos magnéticos.
Los valientes nada esperan. Apenas una foto más. Fotógrafo. Otro poema. Poeta.
No es sencillo encontrar el camino hacia la covacha. Si el lugar físico es conocido: el subsuelo de la terraza; es la andadura por la nostalgia empolvada la que desatornilla la intención y pospone la acción de abrir cajas.
Cajas, bolsas, cuadros, pintura, trozos de algo, “¿Qué hace esto aquí?”. “Ya se adelantaron la humedad y las ratas”. El cansancio prematuro de cualquier sorpresa llamada a reordenar el mapa emocional de mis cosas.
El pretérito imperfecto de desempolvar es conjugado por una nueva lista de voluntarios suicidas adictos a las cenizas.
Antes de la limpieza, el fuego de San Marcial se instala en nuestro cuerpo escociéndonos en cada pedacito de recuerdo. La intensidad de la impresión emocional es inversamente proporcional a nuestra capacidad de liberación. Hay cosas que superan una criba tras otra, obstinadas, apelmazándose en nuestra identidad y vistiéndonos con costras.
A medida que las viviendas son más pequeñas, aumenta la capacidad de nuestros discos duros. Poseer nos da una dimensión equivocada de quienes somos. Pero tranquilizadora. Sedante, material y comparable.
¿Cuáles son los límites entre el objeto y la memoria? ¿Acumulamos la memoria de los objetos para aliviar la presión de recordarlo todo?
Yo crezco. Y en esa distancia acumulo la insignificancia de un ser que se adelgaza o engorda en relación directa con mis itinerarios y mis metros cuadrados disponibles.
Tengo un desván de cachivaches, cacharros, trastos y documentos inútiles así que voy a ventilar los ángulos de ese yo para hacer espacio. Para ello, el jurado seleccionado en esta ocasión será marcial e implacable. Al fuego con cordones umbilicales maternos, con los puentes emocionales románticos, con recuerdos perfectos anclados en puertos remotos, con los escondidos paraísos de la juventud, con los apestosos proyectos varados en un mar lleno de sargazos. Fuego.
¿Puede quemarse el pasado?
¿En qué hoguera nos estamos incendiando?
¿Cómo purificar lo que se desconoce?
¿En qué dirección lanzar las cenizas?
Cesárea Tinarejo
Desde la seguridad de la barrera. Curioso e intranquilo. Sorprendido como un voyeur que reincide. Ahí está la esquina soñada. El ruedo rectangular de un patio que vive a espaldas de mi. El caribello bravucón lanza sus incitaciones a una hamaca adelgazada por la anemia. Ni rastro del viento bajo las hojas de un durazno con la esperanza puesta en la primavera. Apenas nostalgia del cielo mientras lamo la aspereza de los ladrillos que aíslan las críticas taurinas. Ser ese espontáneo. El que salta la barrera intangible del miedo y se ofusca con el rojo envinado en los ojos. Miro esos ojos cetrinos impenetrables que reflejan mi embestida. Así que resisto frase a frase. Lo recibo con una verónica y el mulato hace salpicar la montera contra el público. Olé, me digo. Inspiro el intangible aire que hay entre el polvo y pongo delante el otro pie sacando el pecho. Eh, lo llamo proponiéndole un quiebre. Somos la pupila de una plaza que, ahora sí, toca el cielo y saca los pañuelos blancos sin pestañear. Pero la ilegalidad de algunas corridas abre un sumario y detiene el reguero de sangre. Me quedo solo de nuevo.
“Cenar luciérnagas como método para lograr sueños luminosos”
#tuitco y Cecilia Monroy
Un platillo de lo más suculento y también de compleja elaboración. Se recomienda para noches muy oscuras, cerradas, y para corazones opacados por la desdicha.
Ingredientes: (siempre para una persona)
2 ó 3 luciérnagas macho centelleantes
1 ó 2 luciérnagas hembra apagadas
Un vaso de agua purificada (sin gas)
Azúcar no demasiado dulce
Una cucharadita de pasiflora, tila o valeriana (o una mezcla de todas ellas)
Es muy importante que los coleópteros polífagos sean frescos y los hallamos cazado en acción pues es esencial que estén en cortejo lo cual es muy sencillo pues todos sabemos que la bioluminiscencia se produce por efecto de la elevación de la temperatura corporal. Los intervalos e intensidad de los destellos nos podrán orientar sobre cual de las 2000 especies identificadas vamos a cenarnos. Recuerda que existe dimorfismo sexual por lo que si la luciérnaga no está volando seguro que es hembra o, en todo caso, un macho muy haragán – nada recomendable. Las hembras se desenchufan y dejan de brillar si se sienten amenazadas así que son un poco más difíciles de encontrar. Paciencia, nadie dijo que era una actividad fácil.
Modo de elaboración:
Para lograr el efecto deseado (sueños luminosos) es muy importante buscar un momento de calma interior donde no se esperen distractores. La cena es el momento más indicado pues de ahí nos dirigiremos al lecho, a la cama, al catre, a la piltra, a la hamaca, a la yacija, a la litera, al camastro o al suelo.
Lleva a ebullición el agua sin gas, pon las yerbas en ella y déjala hervir unos minutos. Sírvete una taza, endulza a tu gusto y deja que se enfríe un poco antes de tomar a pequeños sorbitos.
Mientras degustas la tranquilidad del brebaje, conscientemente, observando cómo huele, la textura de las volutas de calor, el efecto en tu paladar (ojos cerrados), el trasiego hacia el estómago y todo eso; apagas las luces del cuarto, habitación, estancia, aposento, pieza, cuchitril, dormitorio, alcoba, cocina, sala, salón, comedor, baño o bosque en el que te encuentres.
Entonces sueltas a las luciérnagas y te quedas muy quietito y calladito. Observando sin intervenir. En silencio. Muy en silencio. Oyendo cómo tu respiración se duerme.
Aconsejable: Ser previsor. Todos sabemos que los sueños se olvidan. ¡Demasiado pronto! Así que toma la precaución de dejar cerca de ti una libretita y un bolígrafo (asegúrate antes que funciona bien).
Cuando despiertes escribe sin pensar todo lo que te pase por la cabeza y por el cuerpo.
Sírvase bien frío y manténgase en secreto. Ya se ha escrito mucho sobre los sueños como para ir dando vergajazos oníricos al prójimo con los nuestros.
Si unos días después releemos lo escrito y aún sonreímos es que tuvimos un sueño luminoso.
¡Provecho!
Cesárea Tinarejo
“No me parece chido cogerse a un chavo cada noche”. Están las amigas que amenazan con una sexualidad sin filtros. Están las composiciones matemáticas de las noches de un pueblo pequeño: sábanas revueltas y caricias vagabundas que encuentran puentes en cualquier pecho. Las posturas sexuales se repiten en hazañas donde sólo cambian los actores y, por lo tanto, están las aventuras de penes tímidos y de gordos apresurados, pechos jugosos y otros incisivos, pubis de todos los colores, tamaños, estilos y sabores. Ah, pero no hay nada mejor que los relatos que trae la cruda. Como escribe Owen: “… y me voy por tu orilla, pensativo, y no encuentro el litoral ni el nombre que te deseaba en la tormenta”. Así que hacer el amor al enemigo empieza por una grandiosa masturbación.
Las lentejas se están descongelando. Y si ayer inventé el “Coaching sobre manteles” hoy el sol salió por el sur dejándome colgado en la humedad del patio de mi abuela. Paredes blancas con ventanas minimalistas que encuadran un bosque. A lo lejos, San Cristóbal, encharcado en la calina matutina. La vaporosa mancha que dejan los amaneceres de cada día y los amaneceres nuevos de recuerdos confusos, complejas disquisiciones sobre el bien el mal y los demás, huidas defensivas, objetos olvidados para el museo de victorias y derrotas y un tufillo a fluidos eróticos que se macera entre la prisa del olvido y la sorpresa del anhelo.
¿Y qué hago con las chanclas azules?
Cesárea Tinarejo
“La palabra ‘zapatos’ jamás levitará”
Amberes, Roberto Bolaño
“Por cierto, no veo ningún post nuevo en tu blog ¿?” Así que sigo abotonándome imágenes en la solapa creativa. Pensamiento divergente: soñar que dentro del sueño pido tu ayuda para salir del sueño, el contraste de las tejas rojas, amontonándose en un orden de noche tras noche, bajo el implacable azul; el plan financiero que no cuadra y los números negativos que se acercan, la lista disciplinada de actividades para mantener la calma, la rigurosa intranquilidad de las sillas, los garbanzos con chorizo huérfanos todavía de comensal invitado, los ronquidos de Sati apacibles e indiferentes y, detrás de las puertas, nuevas cerraduras.
La pesadez de hacer cualquier cosa menos escribir “Razones contemporáneas para suicidarse”.
Mi malhumor onírico no te da el acertijo y quedas atrapada. Así que expío a ese yo que sueña que aparece en tus sueños. Subo al techo y me suicido en el azul implacable. Lo demás sigue siendo silencio.
Cesárea Tinarejo
Ahí estás. Acorralada por el azul implacable. Estamos solos y arrinconados en un guiñapo de esquina. Todos. Mi azul empalaga a tu cuerpo, quisiera mezclarse con el cromatismo de tu existencia. No es posible. Apenas la caricia de este intervalo de días. Hasta la siguiente redecoración y, sencillamente, no gustes más de esa pared. Te llevarás puesto el cuadro y quemarás mis poemas. Nos miramos a los ojos indefensos y angustiados. “¿Cuántas veces lo has sentido antes?” Siempre diferente, siempre distinto. Siempre lo mismo. Remiro el juego de mis abrazos pictóricos arrimándose a tus entrañas lamiendo los tonos del deseo. Y veo la pared. Por la esquina se cuela la sombra con un beso que ilumina el lienzo a partir de ahí. ¿El destino? Y sin embargo, el prisma que descompone mis sentimientos reproduce el arcoíris que deja el agua de lluvia cuando tropieza furtivamente con la luz. Discutimos, entonces, filosofías existenciales. El blanco opuesto al negro, los insípidos tonos de grises, los estrafalarios contrastes, las crisis estridentes, el mate que tiñe la ilusión, el brilloso encuentro inesperado, el anhelo neutro de la composición perfecta. La mancha abandonada que afea lo pronunciado.
¿Y si no hay un día nuevo después del diluvio?
Cesárea Tinarejo
Una tormenta de piedra para limpiar a fondo esconder nuestro cuerpo bajo techo y contemplar la furia de algo tan potable como el agua que cuando la temperatura le cambia el estado de ánimo todos sabemos que se evapora o se endurece como nosotros y se deja ir, en tromba o suavemente recuperando la metáfora de los plácidos, nostálgicos, reflexivos, amplios y sosegados ríos pero cuando sale con el estallido de ruido y la determinación del ciego frustrado es capaz de ensordecernos y hasta hacernos temer y sentir un profundo respeto pues si nosotros mismos somos una moderada cantidad de H2O imagínense qué no puede hacer una nube realmente enfurecida encabronada es cuando llueve en todas direcciones y no hay buen resguardo es cuando el suelo se atraganta se inflama se indigesta de tanta humedad y encharca nuestro paso y nuestro paisaje es cuando las señales del universo empolvadas silencian sus campanas y dejan colgado en una telaraña un Om fúnebre y ecuánime si eso es posible.
Limpia, lava, purifica el rastro de lo vil arranca las raíces que me aferran a esa afrenta vacía de verdades mi lengua y refresca este ánimo acomplejado empequeñecido y desorientado llévame con la corriente que desemboca sencillamente en otro sitio que en el reflejo de mí se miren otros rostros y todo se renueve. Otra vez.
Hasta la última gota de mi ser.
Cesárea Tinarejo
Pues sí. ¿Quién no ha estado demasiado cerca de lo sucio? ¿Asqueado? Hay días escatológicos donde los encuadres son, llanamente, reflejo de algo que se descompone. Y el olor es lo de menos, que Sati come balanceadamente. (O sea, siempre podría ser mucho peor).
¿O no?
Con apagones intermitentes “el día del amor y la amistad” (con mayúsculas) desluce la fiesta comercial. Y eso está bien. Como exportar capitales baratos y enriquecerse con los intereses de los pobres. Según como se mire. Está bien, también.
Pero seamos optimistas. Tengo tres o cuatro fotografías en la lista de espera. Y todas bonitas, lucedoras, sugerentes, “profundas”. Por favor, por favor, azul impenetrable, no te envilezcas. No te avillanes.
La felonía que me han hecho pudre mi instinto de felicidad. Desde una raíz que decrece torcida en la semilla que la inspiró. Mi bilis saborea la áspera redención de los que se arrepienten.
Tarde para mí. Necesariamente para ellos. Inhóspita lección de madurez.